Como estudiante en el 68 y el 71 fui sujeto de la intolerancia del poder: si tenías pelo largo o barba, eras comunista; si tenías las dos eras, además, terrorista. Si tomabas un café en la Zona Rosa te exponías a que grupos fascistas te atacaran impunemente; no me gusta recordarlo, pero me secuestró la Policía secreta.