A finales de 1940 una enfermera británica, Cecily Saunders, regresaba a Londres después de haber atendido a cientos de heridos de la Segunda Guerra Mundial. Un judío refugiado de Varsovia agonizaba de cáncer y Cecily se dedicó a cuidarlo. Antes de morir, el enfermo le heredó todos sus ahorros, 500 libras esterlinas con el deseo de ser "una ventana en su casa".