Una marcha agridulce
Guadalupe Loaeza EN REFORMA
El domingo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, todas estábamos felices, orgullosas de marchar con el grupo de escritoras convocado por Beatriz Rivas. Éramos casi 300 mujeres de todas las edades e ideologías; todas vestidas de morado, con sombrero y anteojos negros. Todas nos saludábamos con grandes sonrisas, reconociéndonos a pesar de las canas y unos kilos de más, conscientes de que asistíamos a una marcha histórica. Era tan festivo el ambiente en el vestíbulo del edificio donde nos dimos cita a las 12:15 pm que parecíamos estudiantes a punto de iniciar una excursión. La organización para subir a los tres autobuses, contratados especialmente para el colectivo feminista "Escritoras contra la violencia de género", estuvo muy bien planeada. A mí me tocó el número tres, encabezado por una de las organizadoras, Silvia Cherem. Mientras esperábamos que los otros dos transportes terminaran por llenarse, nos tomábamos fotos, comentábamos las declaraciones de indiferencia hacia la marcha de AMLO, intercambiábamos nuestros respectivos teléfonos celulares, para cualquier eventualidad, y revisábamos las consignas de nuestro contingente para gritarlas a todo pulmón.
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores