Un hombre hecho danza
Francisco Morales V.
Culiacán, México (22 mayo 2015) .-00:00 hrs
Anónimo, en blanco y negro, un muchacho delgado de 1.63 de estatura se asoma por las pantallas. Antes de saber de la existencia del Ballet Nacional de México (BNM) y de conocer a su gran maestra, Guillermina Bravo, Federico Castro ya era un apasionado de la danza.
"Bailé con Lola Flores, con María Antonieta Pons, con Ninón Sevilla... ahí, en sus películas, de relleno", cuenta Castro desde su casa, en la colonia Roma, enumerando rumberas del cine mexicano.
Obedecía entonces, antes de llegar a los 20, a un impulso vital que, sin embargo, quedaba inconcluso: "Sentí que no iba a hacer nada ahí porque me gustaba armar mis propios discursos y hacer que la gente entendiera la maravilla de la danza".
Más de 60 años después, su alumna Ana Cristina Medellín, ex integrante del BNM y fundadora de la compañía Grosso Modo, ha escrito un libro que transmite esa maravilla: Federico Castro, de los orígenes de la danza a la danza contemporánea en México, el cual fue presentado la semana pasada.
Hoy figura imprescindible de la danza en México, las hazañas de Castro no se limitan al escenario, sino a una irrefrenable vocación docente. "Ya no sé hacer otra cosa más que dar clases", asegura.
A sus 82 años, es profesor de la Academia de la Danza Mexicana (DF) y del Colegio Nacional de Danza Contemporánea (Querétaro) -ambas legado de Guillermina Bravo- y director de la compañía Los Constructores, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
También pasa temporadas dando clases en La Habana, Cuba. Se le mira como un roble.
De familia normalista, y él mismo profesor de primaria titulado, Castro fue el primero en sugerirle a Guillermina Bravo, a principios de los 60, que en el seno del BNM se hiciera una institución educativa.
"Ay, Federico, no tenemos para comer. ¿Cómo vamos a hacer una escuela?", fue la primera respuesta de "La Bruja". Ante la insistencia de su alumno, ésta cambió con el tiempo: "Si tú lo quieres hacer, hazlo".
A partir de los ocho alumnos de su primer grupo, entre los que se encontraban los destacados Isabel Hernández, Antonia Quiroz y Antonio Rodea, se creó posteriormente el Seminario de Danza Contemporánea del BNM, que quedó a cargo de Lin Durán.
Con más de 70 coreografías realizadas y una participación de décadas como bailarín en el BNM, la labor educativa de Castro queda consignada por la existencia misma del libro con el que una alumna lo celebra.
"Que (Medellín) se haya fijado en mí me da mucho pudor. A Guillermina Bravo ¿quién no le va a escribir un libro? Si yo fuera escritor, yo mismo se lo escribiría", afirma, modesto.
"Pero ahora salgo yo y me da mucho gusto", dice sonriendo.
La diablura que le hizo a Bravo
En 1955, cuando llevaba apenas dos años en el Ballet Nacional de México, bajo la dirección de Guillermina Bravo, viajó sin su autorización a Polonia con el grupo que él conformó en la normal.
"Yo no te di permiso. ¡Lárgate!, no quiero verte más", le soltó a su regreso.
Con la intervención de Josefina Lavalle, subdirectora de la compañía, logró quedarse en sus filas, pero únicamente como vestuarista.
El bailarín tomó hilo y aguja y se llevó la malla que Bravo utilizaba para el papel del diablo en la coreografía Recuerdo a Zapata.
Justo antes de salir al escenario, para horror de la directora del ballet, el traje no le entraba. A su lado, oportuno, estaba Federico Castro, quien la había hecho del diablo muchas veces antes de su castigo.
Ella lo supo, pero terminaron reconciliados, como siempre.