OPINIÓN

Un conejo partido a la mitad

ANDAR Y VER / Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

2 MIN 30 SEG

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"No quiero ver a nadie. Yo puedo verme adentro." La inscripción en un cuadro de Julio Galán parece tallado de cuchillo sobre el muro de una celda. Para verse adentro, el personaje se disfraza, se maquilla, se traviste. Solitario, vulnerable, se rodea en ocasiones de muñecos y animales. En la exposición que se presenta ahora en el Museo Tamayo se puede admirar la obra del artista nacido en Múzquiz, sin esas etiquetas que se le han colgado desde sus primeras exposiciones. Más allá del neomexicanismo, más allá del artista gay, Galán es un escenógrafo del inconsciente, un retratista de sombras, un ilustrador de pesadillas, un inocente y terrible estrafalario. Galán es mucho más que la ironía con la que se burla de los fetiches nacionalistas. No puede ser reducido, tampoco, al cartel para el mes del orgullo. Es desde luego eso, pero, como se muestra en Un conejo partido a la mitad, es mucho más que eso. Esta exposición nos permite sacarlo de los cajones en los que la crítica lo ha puesto. Gracias a la mirada de Magali Arriola, curadora de la exposición, Galán sale del clóset de los catalogadores.