Tras la tragedia ocurrida en el Colegio Cervantes en Torreón, Coahuila, varios son los elementos que debemos destacar. Primero, estos actos reflejan la sociedad y entorno de violencia armada en el que niños y jóvenes están creciendo en México desde hace un par de décadas. Debemos preguntarnos qué hemos hecho mal y qué ha faltado como sociedad y gobierno para que jóvenes y menores cada vez más pequeños se involucren en el fenómeno delictivo y violento. Ya son varias las ocasiones que en nuestro país se han dado fenómenos similares. En 2015 en Chihuahua, algunos infantes, jugando al secuestro, asesinaron a otro, generando polémica sobre bajar la edad de reclusión. También, en 2017, en el Colegio Americano de Monterrey un estudiante de secundaria se suicidó tras disparar a su profesora y compañeros. Segundo, el fácil acceso a armas por parte de menores de edad es el causal principal de las muertes ocurridas en estas tragedias. La encuesta ECOPRED del INEGI reporta que el 11.5% de los menores han tenido cercanía a un arma de fuego o han participado en grupos violentos. La evidencia muestra que la presencia de armas aumenta la letalidad de cualquier conflicto y los eventos de esta índole y muertes relacionadas que hemos visto en Estados Unidos lo demuestran. Por ello urge contar con políticas estrictas al respecto y atender el flujo de armas de ese país al nuestro. Tercero, la prevención social de la violencia debe ser uno de los pilares prioritarios de la política educativa y de seguridad para atender las causas del delito desde la raíz y para proteger de manera integral a la niñez.