Los llama corcholatas. Tapones desechables. Monedas de hojalata destinadas al basurero. Ellos aceptan el mote del desprecio. Se llaman a sí mismos corcholatas, esperando, supongo, al destapador que los libere o que los deseche. Por lo pronto, se pasean por el país sellados a la boca de una botella. El desfile al que se les ha invitado es un absurdo. Buscan ganar la candidatura presidencial, pero no pueden decirlo. Se les ha prohibido expresar lo que piensan, no deben polemizar entre ellos, no pueden bosquejar un proyecto político. No es extraño que la gente busque otros entretenimientos. Hay muy poco en el frente oficialista que merezca atención. Bailes, disfraces, desmedidos piropos al caudillo, promesas de continuismo.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.