Los precios cumplen funciones elementales en una economía de libre mercado: señalizan la escasez, detonan inversiones, incrementan la oferta y alientan la competencia vía la diferenciación de precios, esta última la variable más visible y sensible para el consumidor. Por esa razón los controles de precios son -en principio- tóxicos. Al inicio de la pandemia no faltó quien sugiriera topar los precios de los cubrebocas, camino que de hecho tomó el Gobierno de Sudáfrica. Pero el exceso de demanda y los precios altos incentivan fuertes respuestas de los productores -existentes o nuevos- que conducen a mayor abasto, variedad, disponibilidad y menores precios. Fue lo que al final sucedió con los cubrebocas, sobre todo al tratarse de productos que son fáciles de producir. Un sistema de precios libres y la posibilidad de obtener ganancias -que puedan incrementarse a medida que la empresa sea mejor- son motor del emprendimiento, innovación, toma de riesgo, productividad y, al final del día, bienestar.