Cualquier tratado es mejor que ninguno, esa siempre fue la posición desde que Trump impuso la renegociación del TLCAN. Así la asumieron los dos gobiernos, el de EPN y el de AMLO, que han tenido que lidiar con él. Una posición desagradable, entre realista y resignada, pero con una clara definición del interés nacional: evitar los costos de no tener un marco jurídico que le brinde certeza a la integración comercial con EU, motor esencial de la economía mexicana. Una posición limitada, pero nada desdeñable dada la intempestiva hostilidad del contexto en el que tuvo que plantearse. Enfrente ha estado no cualquier presidente de EU sino el más inexperto, impredecible y antimexicano del que haya memoria. La posición de México ha respondido, por lo tanto, no solo a la conocida asimetría de la relación bilateral, sino a que en este caso la mexicana ha sido una contraparte atónita: forzada a ir reaccionando sobre la marcha, sin propuestas ni tiempos propios, inhabilitada para tomar la iniciativa. En suma, México entró a esta renegociación como quien sabe que no puede ganar y se dedica a administrar los saldos de su derrota.
Carlos Bravo Regidor (Ciudad de México, 1977). Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México e Historia en la Universidad de Chicago. Es profesor-investigador asociado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde además dirige el Programa de Periodismo.