Uno no elige dónde nacer. No elige a la familia. Tampoco la época ni el momento. Pero ya una vez consumado el acto de aparición en esta vida, y después de algunos cuantos años en los que la mente ya es capaz de ocuparse de los asuntos más trascendentes dentro del costal de los intrascendentes, sí es posible elegir los colores por los cuales sentir amor y pasión.