OPINIÓN

Soplones

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

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En el Ensalivadero conoció por primera vez el joven Impericio los deleites del amor carnal. Ya sabemos qué es el Ensalivadero. Es un paraje solitario en el cual priva siempre una cómplice oscuridad que permite a las parejas en plan húmedo entregarse a sus expansiones amorosas sin estorbos indiscretos. Si un automóvil llega ahí con los faros encendidos lo recibe un concierto de bocinazos de protesta, como en los autocinemas de antes. Al Ensalivadero fue Impericio con la linda Susiflor en el coche de ella. Por sugerencia de la chica se pasaron al asiento de atrás, y ahí, supliendo con su saber las ignorancias de su pareja, la avispada muchacha le mostró al inexperto galán el camino que conducía al paraíso. No es posible describir con palabras el éxtasis a que llegó Impericio. Esa noche subió al culmen de la felicidad y supo de deleites cuya existencia jamás había sospechado. Al terminar el erótico trance le dijo a Susiflor: "Escribiré en mi diario que en tus brazos conocí dos veces la felicidad". "¿Dos veces? -se extrañó Susiflor-. Lo hicimos sólo una". Con tono desolado preguntó Impericio: "¿Qué ya nos vamos?"... En estos días me da miedo encender una vela. Tantos soplones han aparecido que temo me la puedan apagar. El "criterio de oportunidad" es una fórmula eufemística para nombrar a lo que antes se llamaba sencillamente delación. Los involucrados en estafas, ya sean maestras o alumnas, se muestran ahora dispuestos a cantar hasta Rigoletto con tal de eludir la acción de la justicia. Es loable que se persigan los delitos cometidos en el anterior sexenio, el cual tuvo en la corrupción su principal característica. En ese sentido merece reconocimiento el presidente López Obrador. Esperamos sólo que en estos casos impere la justicia por encima de la política, y que prevalezca la recta aplicación de la ley por sobre el show mediático. Mientras tanto dispongámonos a escuchar el desconcertado concierto de las acusaciones mutuas. Tiempo de canallas, sí... En la merienda de los jueves, doña Macalota les contó a sus amigas la experiencia que había tenido con su esposo la noche anterior. "Chinguetas llegó con copas -relató-. En la penumbra de la alcoba se desvistió y se metió en la cama. Luego juntó su cuerpo al mío, puso su mano en mi pierna y empezó a acariciarla lentamente hasta llegar al muslo. Entonces sentí lo que hacía mucho tiempo no sentía". "¿Excitación sexual?" -preguntó ansiosa una de las amigas. "No -replicó doña Macalota-. Dolor de cabeza"... La recién casada habló con su maridito: "Pronto seremos tres en la casa". Se emocionó el muchacho al oír eso. Con lágrimas en los ojos -de ahí suelen salir las lágrimas- tomó en los brazos a su esposa. "¡Amor mío! ¡Me haces muy feliz!". Dijo ella: "Yo también lo estoy. Ya conseguí ayuda"... El cuento que ahora sigue es sicalíptico y de dudoso gusto. Personas escrupulosas, absténganse... Singular concurso fue aquel al que se presentaron tres sujetos: el norteamericano Granddick, el inglés Wellh Ung y el mexicano Pancho. Se trataba de ver quién de ellos era capaz de clavar una alcayata en un riel de ferrocarril, usando a modo de martillo su virilidad. Granddick la clavó hasta la mitad, y fue muy aplaudido por la gente que acudió al torneo. Wellh Ung, la clavó tres cuartos, y fue saludado por un mayor aplauso. Llegó Pancho el mexicano y con un solo golpe de su atributo la clavó hasta el fondo. La ovación de la concurrencia fue atronadora. Al oírla Pancho se sentó sobre la alcayata y anunció: "Ahora, señoras y señores, para corresponder a los aplausos del bondadoso público la voy a sacar"... FIN.