Era una mañana fría, jueves 15 de octubre del 2015. Tres meses antes había sido diagnosticado con una forma rara de cáncer de próstata, las posibilidades de vivir más de 3 años eran menores al 20%, acababa de cumplir 50 años y pensaba que esto no podía estar sucediendo. Había convivido con la muerte muchas veces, varios familiares, incluyendo dos niñas, habían perdido la vida combatiendo al cáncer. Sentía que ahora me tocaba a mí. Mi esperanza era ese doctor que llevaba un protocolo de investigación específico contra el tumor que padezco.