OPINIÓN

Sala de espera

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

4 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
¿Habrá en esta ciudad y sus contornos hombre más casquivano y tarambana que don Chinguetas? Lo conocemos por su afición a los amores indocumentados. Ayer nada menos su esposa doña Macalota lo sorprendió en ilícito consorcio con la joven y linda mucama de la casa. La señora, furiosa, le preguntó a su liviano cónyuge: "¿Puedes explicarme por qué te encuentro así?". "Claro que puedo -contestó don Chinguetas-. Como vienes del gimnasio traes tenis y no te oí entrar"... Tres señores de edad más que madura charlaban en la mesa del café. Dijo uno: "Mi vista está cada día peor. Ya no veo nada a un metro de distancia". Comentó otro: "Mi tortícolis se ha vuelto tan aguda que me impide mover la cabeza a uno u otro lado". Se quejó el último: "Mi presión está tan alta que continuamente me mareo hasta el punto de perder el sentido". "¡Qué mal estamos! -concluyó con un suspiro el primero-. Debemos dar gracias a Dios de que todavía podemos manejar"... Don Francisco se llamaba aquel señor cuya edad frisaría en los 60. Casó con mujer que andaba por los 30, y cuya condición social era mucho más modesta que la de él. La noche de las bodas ella le pidió: "Don Francisco: hágame el favor de volver la mirada a otro lado, para desvestirme". El señor hizo lo que su desposada le pedía. Le dijo en seguida la joven: "Don Francisco: hágame el favor de apagar la luz antes de acostarse". Cumplió ese deseo el recién casado. En la oscuridad la novia se quejó: "Don Francisco: su rodilla me está lastimando". Aclaró el señor: "No es la rodilla". Exclamó entonces ella, emocionada: "¡Paco!"... La sala de espera del doctor estaba llena, y todos los asientos se hallaban ocupados por una señora y sus ocho hijos, de modo que las demás personas que esperaban debían estar de pie. Un paciente que traía bastón caminaba de uno a otro lado de la sala, y con su bastón hacía un ruido ciertamente molesto al golpear en el piso, pues el bastón no tenía contera. Le dijo la mujer, exasperada: "Si le pusiera usted un hulito a su bastón no haría ese ruido tan desagradable". Al punto replicó el señor: "Y si su marido se hubiera puesto un hulito podríamos estar sentados todos los que aquí estamos de pie"... El viajero iba por un camino rural y su automóvil sufrió una descompostura. Más bien quien la sufrió fue el viajero, pues el sitio era lejano y la noche desapacible: llovía torrencialmente y soplaba un viento frío. Vio a lo lejos una lucecita y encaminó sus pasos hacia ella. Resultó ser la casa de un granjero, quien le dijo que podía pasar ahí la noche. Le advirtió: "Sólo hay una cama disponible aparte de la mía y de mi esposa, y en ella duerme mi hija. Pondré una almohada entre los dos, y usted me dará su palabra de caballero de no intentar nada indebido". El viajero juró por su honor respetar el de la muchacha, que resultó ser una joven de agraciadas formas. Cumplió su palabra el forastero, y la almohada sirvió de efectivo valladar entre la chica y el viajante. Al día siguiente salieron los dos a pasear por el campo. Una súbita ráfaga de viento hizo que el sombrerito de la zagala fuera a caer al otro lado de un arroyo que por ahí corría. Le dijo el viajero a la muchacha: "Saltaré el arroyo y le traeré su sombrerito". "¡Uh! -exclamó como para sí la muchacha, desdeñosa-. Dice que va a saltar el arroyo, y no pudo saltar una almohada"... Un pájaro carpintero voló lejos de su nido. Se posó en un árbol de grueso tronco y le dio un picotazo. En ese preciso instante cayó un rayo que partió el tronco en dos. Y dijo con asombro el pajarraco: "¡Caramba! ¡Nomás estás lejos de tu casa y qué duro se te pone el pico!"... FIN.