Alguna vez, durante mi pubertad, no recuerdo bien de quién (quizá no quiero recordarlo) escuché que a los mediocres Dios los vomita. Esa frase, aunada a otra de mi padre, "haz lo que sea, pero hazlo bien", han estado presentes en mi mente durante la mayor parte de mi vida adulta. Durante años he intentado llevarlas al extremo, ya no tanto por complacer los deseos de alguien más, o por el "deber ser", sino porque hice mías esas palabras. Encontré en ellas una manera de vivir, de trabajar, de disfrutar, de comer. En los extremos me encontraba muy bien, el centro nunca me gustó. Me parecía que ese lugar era para la gente aburrida, la que no tiene los huevos para llevar las cosas, y por lo tanto a sí mismos, a sus últimas consecuencias.