El presidente del PRI es el representante perfecto de ese partido. Un hombre sin futuro para un partido sin futuro. Ambos parecen tener los días contados o, más bien, estar viviendo horas extra. Al escuchar las grabaciones que se hicieron públicas esta semana no se oye, en realidad, la intimidación del poder, sino el alarde del impotente. La fanfarronería de un cínico insignificante. El campechano da lecciones de priismo profundo como si fueran perlas de sabiduría. Como en una mala novela, el político sentencia: a los periodistas no hay que matarlos a balazos: hay que matarlos de hambre. Lo que oímos esta semana de voz del presidente del PRI debería ser suficiente para poner fin a su carrera política, pero en un país en el que puede escucharse a un fiscal usar una institución de Estado como despacho de sus venganzas, podemos imaginarnos que Moreno podría aferrarse a su posición, a pesar del escándalo de sus expresiones. No creo que haya cola para subirse a un tren que ya no tiene mucho camino por recorrer.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.