OPINIÓN

Que nadie me busque

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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"Anoche regresé a la parroquia después de medianoche y vi a tu hija en el callejón teniendo comercio carnal". Eso le informó el padre Arsilio a una de sus feligresas. "Menos mal, padrecito -se tranquilizó la señora-. Yo pensé que la habría visto usted follando"... Un batiburrillo he de traer hoy en la cabeza -¿el vino?, ¿el insomnio?, ¿la vida?-, pues empezaré mi comentario evocando recuerdos taurinos y lo terminaré hablando de futbol americano. Pero, en fin: ¿quién que tenga cabeza no trae en ella a veces un batiburrillo? Pienso que hasta a Aristóteles se le revolvían en ocasiones las ideas, y que de pronto a Einstein lo acometían dudas sobre lo relativo de su teoría de la relatividad. "Nadie es perfecto", dijo Joe E. Brown en uno de los más perfectos finales de película en la historia del cine, el de "Una Eva y dos Adanes" ("Some like it hot"). Al comenzar a escribir se me vino a la memoria la antigua placita de toros "Guadalupe", de mi ciudad, Saltillo, hecha toda de adobe (la placita y la ciudad); de una belleza austera y señorial (la ciudad y la placita) y con pequeños cuartos a su alrededor (la placita, no la ciudad) llamados "accesorias", donde tenían su taller artesanos de oficios varios (carpinteros, hojalateros, sastres) y donde moraban y ejercían su necesario oficio una docena o más de prostitutas. Ahí trabajaba el Caifas, zapatero remendón. Jamás pude saber el origen de ese apodo, "el Caifas" -no "el Caifás"-, pero nadie lo conoció jamás por otro nombre. Era aficionado de corazón a la fiesta de toros, y primero se habría desviado el orbe de su órbita que fallara el Caifas a una corrida. En aquellos años, los treintas y cuarentas del pasado siglo, los festejos taurinos se celebraban en mi ciudad los lunes. El motivo es fácil de entender: los domingos los diestros toreaban en Monterrey, y aprovechaban la cercanía con Saltillo para ir ahí a torear otra corrida el día siguiente y ganar así un dinero extra. Nunca faltaba el Caifas a la plaza. Su afición era tal que en la puerta de su taller de zapatero tenía un letrero admonitorio: "En tarde de toros ni tacones pongo, y pago por que no me ocupen". Pues bien: nadie me busque a mí mañana desde las 5 y media de la tarde hasta que acabe el Super Bowl. Si algún diablo cojuelo levantara a esa hora el tejado de mi casa me vería en brazos de mi sillón de brazos, frente al televisor, con una mesita al lado y en ella una cerveza del color de una cabellera rubia y un plato de botanas de las que los nutriólogos prohíben. Me he ganado el derecho a incurrir en esas chuecuras. Innumerables domingos de mi vida los dediqué a preparar mis clases de Teoría del Estado o Derecho Romano para la siguiente semana; a leer libros ilegibles ad pompam et ostentationem, o sea, sin más fin que el de presumir que los había leído, y a oír óperas, incluso las más desconocidas del repertorio francés o alemán. Puedo entonces entregarme a ese ocio elemental y a esa modesta gula sin tener que salir luego gritando: "¡Confesión! ¡Confesión!", como decía Jardiel Poncela que saltaban algunas señoras del lecho de un amor pecaminoso. ¿Que quién quiero que gane el Super Bowl? Los Bengalíes de Cincinnati. Yo, como don Quijote, estoy siempre del lado del más débil. Así pues nadie me busque mañana a la hora dicha. Después volveré a estar, como siempre, a sus apreciables órdenes... "Soy padre de 15 hijos -le dijo aquel sujeto al médico-. ¿Qué puedo hacer para ya no tener más?". Le aconsejó el galeno: "Haga lo que el tren inglés". Preguntó, intrigado, el hombre: "¿Qué hace el tren inglés?". Respondió el facultativo: "Siempre sale a tiempo"... FIN.