OPINIÓN

Puebla de los Ángeles

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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Podría yo llenar esta plana, y varias más, con la enumeración de los motivos por los cuales amo a Puebla, a Puebla de los Ángeles, arcángeles, serafines, querubines, virtudes, tronos, potestades, principados y dominaciones; en suma, a Puebla de toda la Corte Celestial. Levítica ciudad es ésa, aun en los tiempos que corren. No puedes volver la vista a ninguno de los rumbos cardinales sin ver alguna torre o cúpula eclesial. En el templo de los franciscanos está el cuerpo incorrupto de fray Sebastián de Aparicio, primer charro mexicano, primer constructor de carretas y caminos, y gran hacedor de milagros. Una vez le pidió a un rudo herrero: "Por caridad de Dios, hermano, ponle herraduras a mi mulita". Se las puso el hombre, y al final le pidió su pago a Sebastián. "Te lo pedí por caridad de Dios -le recordó el frailecito-. Yo no llevo dinero conmigo". "No sé de caridades -opuso el herrador-. Quiero mi paga". Fray Sebastián, entonces, se volvió hacia la acémila y le dijo: "Hermana mulita: devuélvele sus herraduras a este hombre, pues ni tú ni yo tenemos con qué pagárselas". La mula sacudió sus patas y las herraduras cayeron ante el mezquino sujeto. Repositorio de bellezas, Puebla es joyel de México, de América y del mundo. Su espléndida cerámica, con ese azul profundo que recuerda al del manto de la Virgen, es ornato y gala de cualquier casa mexicana. Su trigarante chile en nogada es el platillo emblemático de México. Su rica y variada dulcería no tiene parigual. La Benemérita Universidad poblana ha abierto para mí sus prestigiosos recintos, y el Cabildo catedralicio me permitió un día ver los tesoros que guarda el recio templo construido por leves alarifes celestiales. Desde su campanario vi un día los volcanes, que en el verano tienen nieve y en el invierno no. Poseo una linda colección de soldaditos de plomo, yo, que de niño no pude tenerlos, y que ahora nadie puede tocar más que mis nietos. Todos esos mínimos ejércitos los he comprado en Puebla. Mi casa se embellece con cuadros del maestro Serrano y la maestra Lurzhat, conseguidos por mi buena fortuna en el Mercado del Artista. En el Parían hallé dos figuras de barro, pequeñitas -medirán apenas lo que mi dedo pulgar-, que representan a Cantinflas, en una vestido de diablillo, en la otra de padrecito. Las tengo juntas, para que me recuerden mis contadas ortodoxias y mis múltiples heterodoxias. Ambas figuras, y ambas tendencias, viven en armoniosa compañía: la santa virtud de la tolerancia debe empezar por uno mismo. Un vínculo de historia nos une a coahuilenses y poblanos. Puebla de Zaragoza es su ciudad, y Coahuila de Zaragoza es mi entidad nativa. Pero más allá de apelativos oficiales a mí me liga a Puebla un lazo cordial, o sea de corazón, que es el recuerdo de amigos entrañables en cuya compañía recorrí con pasos juveniles sus calles y sus plazas; y aquel concierto de campanas cuyo tañido escucho todavía. Ahora Puebla está enlutada por el súbito fallecimiento de su gobernador, Miguel Barbosa Huerta. Al margen de la política y los partidarismos, tan irrelevantes en la presencia de la muerte, la inesperada pérdida del gobernante poblano suscita un sentimiento de tristeza. Envío por ese medio mi pésame a su esposa, a su familia toda, a la comunidad poblana en general. Y traigo a la memoria la severa y lacónica lección inscrita en la carátula de un antiguo reloj de iglesia: "Ultima forsan". En latín eso significa "La última quizá". La hora que aquí ves puede ser la postrera de tu vida. De otro modo lo dice el proverbio popular: "Para el amor y la muerte no hay caja fuerte"... FIN.