En los viejos regímenes priistas el ápice del poder presidencial ocurría durante el cuarto año de gobierno y principios del quinto. A estas alturas había varios tapados. Y como bien decía Fidel Velázquez: el que se mueve no sale en la foto. Quienes se oponían al Presidente ya habían sido silenciados, renunciados, u ocupaban diversas embajadas. El narco, Ejército y los servicios de seguridad bien portaditos buscaban el favor de quien llegara. La robadera todavía era discreta. Y el Tlatoani-Presidente solo escuchaba alabanzas. En esta etapa "El Presidente" todavía se escribía en mayúsculas, sin adjetivos incómodos. Poca crítica, y un poder tan inmenso sobre los siguientes seis años, que el inquilino de palacio se la creía. Pensaba poder controlar a su sucesor, proteger a su familia, ser admirado incondicionalmente dentro y fuera.
Juan Enríquez Cabot es autor de diversos libros sobre tecnología y académico ocasional.