No debe ser sencilla la vida en la corte. Exige homenaje sin descanso al soberano. No hay reposo para la veneración. Cualquier palabra, cualquier decisión del monarca, deber ser elogiada con entusiasmo. Los cortesanos han de esmerarse por estar cerca del rey y no perderlo nunca de vista. Han de despertar muy temprano para oírlo y deben dedicar todo el día a descifrar sus mensajes y sus señales. Se dicen convencidos de que nadie como él conoce el sentido de la historia y el sentir del pueblo. Los cortesanos deben estar cerca, pero, desde luego, no demasiado cerca. Fascinados y deslumbrados por el sol que irradia el gran líder; temerosos también por el efecto fulminante de su juicio. Leía hace unos días los apuntes de Elias Canetti en Masa y poder para entender la dinámica del lopezobradorismo. Una observación suya, al final del libro, es esencial: nada de lo que el rey haga es irrelevante para la corte. Todo encierra sentido. Me importa insistir en lo que veía Canetti: para los cortesanos no hay acto del supremo que carezca de un significado profundo. Si anuncia la hora, hay que proceder, de inmediato, a ajustar el reloj de la república para que coincida con su orden. Como no hay pasaje irrelevante de la biblia, no hay gesto intrascendente del líder.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.