Giovanni en Jalisco, Alexander en Oaxaca, Carlos en Veracruz y Oliver en Tijuana son muestra de lo que tristemente sucede de forma cotidiana, y desde hace tiempo, en muchos lugares de nuestro país. Historias de vida terminadas y afectadas de manera atroz e injusta por aquellos que tenían el deber de protegerlas. El abuso policial deja al descubierto la precariedad sistemática de las instituciones en materia de seguridad en muchas áreas: formación, capacidad de mediación, cercanía ciudadana, investigación, trabajo con poblaciones vulnerables y posibilidad de una carrera. También sobresalen la falta de controles y supervisión externa de las policías. Detrás de todo esto, está el enfoque punitivo que desgraciadamente sigue siendo el plan por encima de la justicia cívica y de la proximidad.