OPINIÓN

Plaza de almas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

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Todas mis amadas han sido sumamente móviles. Perdona, Armando, si al decir eso parece que hago agravio a la memoria del bardo nayarita y de su amada inmóvil, pero no hallé mejor manera de decirte lo que pienso acerca del amor, esa cosa que no nos deja pensar. Creo que el amor entre dos seres sólo se cumple con la entrega mutua de los cuerpos. Si no hay esa dación podrá haber literatura, pero no hay amor completo. No vayas a pensar que al decir eso estoy negando la importancia del alma. Lejos de mí tan temeraria idea, como decían los oradores de antes. Un amor nada más de cuerpos, sin presencia de almas, tampoco es amor pleno. En mis amores yo puse las dos cosas: cuerpo y alma. Nunca hice el amor con una mujer a la que no amara, aunque la amara solamente en el instante del amor. A todas les di, junto con la concreta realidad del cuerpo, esa "animula vagula, blandula" -pequeña alma errante y dulce- que dijo Adriano, emperador de Roma, cuando hizo la tarea de morir. Jamás poseas a una mujer sin dejarte poseer por ella. El amor es camino de ida y vuelta. Hacer el sexo sin amor es vaciarse; hacerlo con amor es llenarse. No creo, entonces, en el amor platónico, ese amor de la cintura para arriba. Un querido amigo mío solía decir que en la vida de todo hombre debe haber tres mujeres: la que contigo va por la existencia, o sea tu esposa, la madre de tus hijos; en segundo lugar una amante que con su fuego queme la papelería de tu rutina en el vivir, y finalmente una mujer imposible a la que amas en secreto, sin poderlo decir a nadie, y menos aún a ella. No comparto del todo la tesis de mi amigo, pero aquí entre nos te voy a confesar que a más de los amores uno y dos tuve también una mujer ideal. ¿Has visto ese retrato al óleo que tengo en mi despacho? No es ella, y sin embargo se le parece mucho. Por eso compré la pintura, en una tienda de antigüedades. Pagué sin regatear el precio que el anticuario me pidió, y si me hubiera pedido 20 veces más igual lo habría pagado. La dama que aparece en el retrato tiene algo de mujer y algo de niña. Hay en sus ojos una mirada de inocencia, pero sus labios entreabiertos dejan adivinar promesas de pasión. Siempre la amé, y nunca se lo dije. Temía acercarme a ella: pensaba que si lo hacía dejaría de amarla. El más leve contacto con la realidad haría que desapareciera aquel ideal. Cuando esa mujer murió siguió viviendo en mí. Hazte de cuenta la amada inmóvil del bardo nayarita. Y mira, sobrino, lo que son las cosas: no tengo ningún retrato de las mujeres que estuvieron en mis brazos, y en cambio tengo uno, aunque sea imaginado, de esa mujer a la que nunca toqué ni siquiera en la imaginación. ¿Puedes entender eso, Armando? Ya sé: me vas a decir otra vez que en el fondo soy un romántico. Quizá lo sea. Todos lo somos, ya permanentemente, ya de vez en cuando. Pero eso que te conté demuestra que tu tío Felipe no es sólo hombre carnal, sino también de espíritu. Al cuerpo los profesionales de la religión lo han calumniado y vilipendiado. No sólo eso: lo han azotado con látigos, punzado con cilicios, mortificado con ayunos de pan y de mujer. Al espíritu, en cambio, lo exaltan y enaltecen. Olvidan que los pecados de la carne -lujuria, gula- son tan débiles que acaban con la edad. En cambio los del espíritu -soberbia, envidia- se hacen mayores con los años y duran hasta la muerte. En fin, Armando, no hagas caso de mis divagaciones. Son sólo eso: variaciones sobre un tema que no sé qué tema es. La próxima vez que bebamos lo haremos frente al cuadro de aquella mujer que no es aquella mujer y que nunca supo que la amé. ¿Lo sabrá ahora? "Animula vagula, blandula..."... FIN.