Plaza de almas
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA
No sé si las historias que me cuentan en mis viajes son verdaderas o inventadas. Yo creo que son verdaderas, porque sólo la vida podría inventar esas historias. La vida es la mejor novelista que hay. No la superan ni Dickens, ni Tolstoi, ni Dostoievski, ni Flaubert, ni Balzac. La vida, con todo y ser tan real, tiene mucha imaginación, e inventa fantásticas historias. Tomen ustedes por ejemplo ésta. Me fue narrada por un hombre joven que atribuyó el sucedido a un amigo. Yo tengo para mí que él mismo era el protagonista del relato. Aun así lo contaré tal como él me lo contó. Sucede que el tal amigo era hombre de profundos sentimientos religiosos heredados de sus padres y de sus abuelos. Católico practicante, asiduo rezador, nunca faltaba a misa los domingos, y si podía iba también a oírla entre semana. Hacía los primeros viernes -devoción adquirida en su niñez-, y tenía presentes todas las fiestas de la Iglesia. En la oficina lo juzgaban un poco chiflado, pues sólo él llegaba los Miércoles de Ceniza ostentando en la frente la mancha admonitoria. "Jesusito", llamaban antes a esa mancha. Persona muy distinta era su esposa. A ella le gustaba la buena vida -ésta- y no pensaba nunca en la otra. Jamás compartía las devociones de su marido, y mientras él rezaba sus oraciones de la noche ella veía la tele. "Supongo -le decía- que tus rezos alcanzarán para los dos". A él le mortificaban mucho tales ligerezas. Pensaba en el alma de su esposa. Pero ella lo que quería es que pensara en su cuerpo, pues era mujer lasciva, ardiente. En lo tocante al acto del amor no sólo le gustaba el tema: disfrutaba también las variaciones. Insistía en practicar acrobacias que a él lo llenaban de inquietud: pensaba que salirse de la tradicional posición del misionero, o hacer tal o cual cosa con manos o con boca, era gravísimo pecado. Cierto día el joven marido fue a una fiesta para despedir de la soltería a un compañero de trabajo. Al terminar el festejo los amigos determinaron seguir la juerga en una casa de putas. Él se resistía a ir a ese lugar, pero los demás lo metieron a la fuerza en el automóvil, y hubo de acompañarlos velis nolis, o sea a querer o no. Llegaron, empezaron a beber, y a poco cada uno tenía ya su pareja, escogida entre las damas que ahí prestaban sus servicios y todo lo demás. No así el personaje de la historia. Rechazó a la que le asignaron, pidió una cerveza y se aplicó a beberla con lentitud, temeroso de beber más y caer en alguna tentación. Fue entonces cuando vio a la mujer. Era una prostituta, desde luego, pero estaba haciendo algo que no tenía explicación. Apartada de todas y de todos, en un rincón oscuro, recorría las cuentas de un rosario. Estaba rezando, no cabía duda. El muchacho fue hacia ella. "¿Me permite que la acompañe?". "Claro", respondió ella ocultando con prisa el rosario. "No -la detuvo él-. Quiero decir que si permite que la acompañe en sus oraciones. A mí también me gusta rezar el rosario". "¿De veras? -se asombró ella-. Yo lo rezo cada vez que puedo para pedir perdón por mis pecados". "Seguramente yo tengo más que usted -dijo él-. Podemos entonces rezar juntos". "Está bien", aceptó ella. Y comenzó: "Por la señal de la santa cruz...". Ése fue el primero de muchos rosarios que luego rezarían juntos en aquellas extrañas circunstancias. He aquí, pues la increíble historia que escuché: la de un hombre que con su esposa hace cosas de lubricidad concupiscente y busca luego la compañía de una puta para rezar con ella. Ganas me dan de decir que el mundo anda al revés. Pero eso sería calumniar al mundo, que siempre anda derecho. Los que a veces andamos enrevesados somos nosotros... FIN.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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