Ustedes, amigos, bien conocen la historia del optimista y el pesimista: el optimista caminaba por la calle y metió el zapato en el zoquete exclamando: "¡Qué padre, aquí llovió!". Al pesimista le pasó lo mismo y exclamó: "¡Chinelas, me hubiera venido descalzo!". Cuestión de perspectiva, dirán ustedes.