OPINIÓN

Perdón, si es que te he faltado

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
La ruina de Morelos, su prisión y su muerte, el acabamiento de esta segunda etapa de las guerras por la independencia, se debieron a una infame cáfila de politicastros que se adueñaron del movimiento que aquél había comenzado.

El errante y errático Congreso ató de manos a Morelos y lo hizo una especie de "guarura" encargado de velar por la seguridad de diputados que no representaban a nadie y que si alguna obra cumplieron fue hacer una Constitución que jamás tuvo vigencia. Por cuidarlos, Morelos pasó de general de ejércitos a pilmama de políticos. Si les hubiera dado una patada en el trasero, si se hubiera negado a ser eco de sus intrigas y sus pugnas, habría podido don José María reponerse de sus derrotas en Valladolid y Puruarán, volver a la lucha, y quizá triunfar en ella. Pero esa expresión, "si hubiera", le está vedada a cualquier historiador, y más a quien  no lo es. Lo que a nadie le está prohibido es maldecir, y el que esto escribe maldice y dice mal de quienes por disputarse el poder acabaron con la obra que trabajosamente había forjado Morelos. 

Después de la muerte del caudillo aquellos intrigantes siguieron todavía con más fuerza entregados a sus querellas y tortuosidades. La desunión, el caos, la más absoluta anarquía reinaba entre los jefes insurgentes. Muchos de aquellos cuyos nombres se citan hoy en dulce amor y compañía, y que tienen calles con su nombre que hacen esquina o van paralelas con calles que se llaman con los nombres de otros insurgentes, andaban entonces a la greña. Era un maremágnum aquello, una tremenda confusión. A Hidalgo había seguido Rayón, y a Rayón siguió Morelos, pero a la muerte de éste nadie tomó la dirección del movimiento, pues se lo disputaban todos. Aquel licenciado Juan Nepomuceno Rosains que había sido secretario de don José María, se pasó al bando de los realistas, y en una carta que escribió al virrey para ganarse su favor le daba a conocer pormenorizadamente el desorden que había entre los principales hombres de la insurrección: "Rayón reside en Cóporo sin querer asociarse: satiriza y anula la división de poderes, pero con todo no se le habla palabra, porque su hermano tiene algunas escopetas. Cos está preso. Bustamante se abanderizó a Rayón, se constituyó por sí mismo plenipotenciario y su cerebro está más desconcertado que nunca. A Couto lo han llamado cien veces y se ha excusado, está aborrecido y rehusó que Victoria concurriese con los vocales. A Osorno lo aborrece el paisanaje; Serrano y Pozo rompieron con él; a Arce lo ve con odio y a Rayón con resentimiento; Anzures está incómodo y sobresaltado porque Victoria quiere desarmarlo; los negros le han dado veneno a éste en un plato de pescado...". En fin, entre los insurgentes todo se había vuelto intrigas, calumnias, recíprocas acusaciones, ataques infamantes, disputas y luchas intestinas

El movimiento independiente estaba al borde de la extinción. Muchos de los mejores jefes abandonaron las filas rebeldes y se acogieron al indulto que Calleja ofrecía a los que se rindieran. El último ofrecimiento del virrey fue más generoso que los anteriores: a los que solicitaran el indulto se les permitiría conservar su caballo. La lectura de una de esas peticiones de indulto causa tristeza, y da idea del desánimo y del abatimiento que se enseñorearon de los insurgentes:

"Excelentísimo señor: Penetrado de dolor y convencido por la triste experiencia de seis años, de que la felicidad social no puede conseguirse ni prefijarse entre los horrores de un tumulto popular, impolítico y bárbaro, sino bajo la protección de un gobierno paternal, resolví al fin acogerme a las banderas del augusto, del benigno, del piadoso monarca el Señor Don Fernando VII de Borbón, a quien protesto servir y obedecer con tanta fidelidad y adhesión como fue mi ceguedad en agraviarlo, para que entienda todo este reino que si me obstiné en mis errores tengo carácter para deponerlos y abjurarlos; y que si ha sido enorme el crimen, es mayor, más sincero y más cordial mi rubor y arrepentimiento...".