OPINIÓN

Orgullosa panza

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

4 MIN 00 SEG

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Don Crásido, señor de traza búdica, ventripotente por no decir panzón, tenía un lema: "Comer hasta reventar. Ya lo demás es gula". Otra frase empleaba en relación con la comida: "De lo bueno poco. Y de lo poco mucho". Engordó tanto que hacer el amor se le dificultaba. Le pedía a su esposa: "Muévete". Ella le contestaba: "Pues bájate". En cierta ocasión un niño se le quedó viendo a través de la ventana de su coche. La bajó él, molesto, y con áspera voz le preguntó al chamaco: "¿Qué me ves?". "Perdone usted, señor -se disculpó el chiquillo-. Es que pensé que el vidrio era de aumento". Otra vez caminaba por una calle a las 2 de la tarde. Caía un sol de plomo y hacía un calor canicular. Notó que tras él, sin despegársele, iban 15 o 20 muchachas de uniforme, seguramente alumnas de un colegio religioso pues las acompañaba su maestra, de hábito monjil. Le preguntó a la sor: "¿Por qué me siguen?". Explicó la reverenda: "Vamos aprovechando la sombrita". El mismo don Crásido le contó a un amigo: "Quebré una taza en un restorán, y me la cobraron en 5 mil pesos". "¿Por qué tan cara?" -se asombró el amigo. Respondió, mohíno, el corpulento señor: "Fue una taza de baño". Alguien le dijo que montar a caballo era un buen ejercicio para bajar de peso. Se inscribió, pues, en un club de equitación. Lo que le dijeron resultó cierto: el primer día el caballo bajó 57 kilos. Quien esto escribe muestra igualmente una orgullosa panza de canónigo, resultado de su afición a la buena mesa. Los médicos le recomiendan moderación en el yantar, pero él se atiene al dicho de su abuelo materno, papá Chema. Desoía a los doctores que le ordenaban renunciar a sus comidas favoritas, pues le podían acortar la vida, y postulaba: "Más vale un año de chiles rellenos que no dos de atole blanco". Añadía que prefería ajamonarse que acartonarse, y expresaba su deseo de ir sin hambre a la sepultura. Murió de su muerte, expresión que se aplicaba a quien moría por causa de años, no de daños, y todavía en la mañana del día en que se fue del mundo le pidió a su esposa, mamá Lata, un plato de la barbacoa que don Carmelo, el carnicero de la esquina, llevaba los domingos a su casa para el almuerzo. Desde luego, en esto del comer hay más criterios que el de Jaime Balmes, y cada quien se maneja según su entendimiento. Por mi parte yo siempre he podido más que la fuerza de voluntad, y todas las dietas que he hecho las he deshecho en tiempo máximo de un par de días. Pídanme que cumpla el voto de obediencia: en 60 años de matrimonio me acostumbré a obedecer. Pídanme que cumpla el voto de castidad: a mi edad ningún trabajo me cuesta ya ser casto. Pero lo de pobreza en el comer y el beber no me lo pidan. Si la misteriosa providencia que rige la vida de los hombres -y de las mujeres, concesión gramatical hecha a las feministas- tiene a bien poner en mi mesa el pan y el vino, comulgaré con esa inmerecida eucaristía, y la agradeceré. Nuestro cuerpo es el vaso en que llevamos el espíritu. En opinión de los creyentes -yo lo soy- el cuerpo humano es creación divina, sagrado por lo tanto, y mal hacemos entonces en mortificarlo con ayunos y abstinencias que más tienen de sacrificio que de misericordia. Hacer una buena obra es mejor que lacerar a ese humilde y frágil cuerpo, que bastantes penalidades sufrirá derivadas de los quebrantos de la vida. ¡Pero miren mis cuatro lectores a dónde me llevó hablar de las adiposidades de don Crásido! Al ramplón campo de la filosofía barata. Batata en mi caso, pues en ella me hago camote. Mil disculpas, y en la comida de hoy domingo, y de todos los días del año, ¡buen provecho para el cuerpo y para el alma!... FIN.