OPINIÓN

No es mi Presidente

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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"Soy un pobre vagabundo sin hogar y sin fortuna". Esa dolida canción podía entonarla Indigencio, pordiosero. Cierto día iba por la calle y vio tirada una cartera que a alguien se le había caído. La recogió: estaba repleta de billetes de diversa denominación. Feliz, el pobrete le habló a su cuerpo con estas o semejantes palabras: "Cuerpecito: voy a hacerte un regalo". Y se compró un traje y unos zapatos finos. Así ataviado le habló a su panza. "Barriguita -le dijo-, voy a hacerte un regalo". Entró en un restorán de lujo y pidió los platillos más caros de la carta. Seguidamente se dirigió a su mano: "Manita: voy a hacerte un regalo". Y en una joyería se compró un anillo de brillantes. De regreso a su misérrima vivienda pasó por la casa de mala nota del arrabal. Le habló a su entrepierna y le dijo: "Sé que a ti también debería hacerte un regalo, linda, pero ya se me acabó el dinero"... No. Andrés Manuel López Obrador no es mi Presidente. Sé que fue democráticamente electo -él, tan antidemocrático-, y que, por tanto, es el titular del Poder Ejecutivo, pero no me es posible admitirlo como tal, pues él mismo ha renunciado a ser el Presidente de todos los mexicanos para serlo únicamente de una parte de ellos. Este último domingo, por ejemplo, marchó en contra de millones de mexicanos que disienten de su modo de ejercer la Presidencia, señalan sus errores y denuncian sus permanentes ataques a la ley y a las instituciones. Únicamente los escribidores que han acompañado a AMLO hasta la ignominia dejan de notar que esa manifestación fue una inútil y costosísima acción de autocomplacencia, un acto de placer solitario, por más que haya sido multitudinario. Algo he de confesar: por un momento sentí la tentación de elogiar el pronunciamiento de López Obrador en el sentido de que no buscará la reelección. El buen sentido me detuvo. En primer lugar, ningún mérito tiene el Caudillo de la 4T cuando cumple la Constitución que le prohíbe reelegirse. Sabe bien que si intentara hacerlo se condenaría automáticamente al basurero de la Historia. Por otra parte, no necesita de la reelección para seguir mandando: en sus tres "corcholatas" -¡vaya término despectivo!- tiene otras tantas marionetas cuyos hilos moverá a su antojo. Un político como AMLO no renunciará nunca al poder que tan trabajosamente consiguió, y menos cuando se siente el hombre del destino, consagrado por millones de votantes y dueño de una innegable popularidad fincada en sus extremadas dotes de demagogo, en su carisma y -tampoco nadie lo podrá negar- en las cuantiosas dádivas en dinero con que ha favorecido a un enorme número de mexicanos. Al término de su sexenio el tabasqueño no se irá, como muchos desean, a su rancho de sugestivo nombre. Instaurará un maximato al modo Calles, en el cual aquí vive el Presidente y el que manda vive enfrente, o aquí vive la Presidenta, pero el que manda no se ausenta. Una luz de esperanza aparece en medio de ese oscuro panorama: que los partidos opositores y la sociedad civil se unan para proponer un candidato capaz de enfrentar con posibilidades de éxito al o la títere sobre quien se pose el dedito de López Obrador; y que los ciudadanos inconformes con el desgobierno del autócrata -cada día crecen en número- salgan a votar al tiempo que un buen número de feligreses de AMLO se abstiene de hacerlo, pues muchos de quienes forman el pueblo bueno y sabio están dispuestos a hacer fila para cobrar, pero no para votar. Sea lo que fuere, yo no tengo por Presidente a López. Él nos dividió a los mexicanos en dos grupos, y yo quedé en el que no es de su propiedad... FIN.