No debió morir
Guadalupe Loaeza EN REFORMA
Así como Juárez "no debió de morir", como dice el danzón, tampoco Ruth Bader Ginsburg debió de morir, especialmente a unas semanas de la elección presidencial de Estados Unidos. Como anillo al dedo le vino a Trump la desaparición de la segunda jueza en la Corte Suprema, ícono de los derechos de la mujer y del pensamiento más progresista de Estados Unidos. Seguramente no olvidaba que durante las elecciones de 2016, Ruth llamó "farsante" al entonces candidato Trump y dijo que no podía imaginar un mundo con él como presidente de Estados Unidos. Hacía meses que esta mujer tan valiente, y que no tenía pelos en la lengua, se encontraba enferma de cáncer pancreático, de allí que los demócratas hubieran estado tan pendientes de sus reportes de salud. Dada su postura política liberal y de izquierda, equilibraba la Corte Suprema, de tendencia conservadora especialmente después de dos jueces nombrados recientemente por Donald Trump: Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh. Hay que decir que la Corte Suprema se compone de nueve jueces, designados de por vida por los presidentes y confirmados por el Senado. La más alta instancia judiciaria estadounidense debe velar por las leyes de la Constitución y servir como árbitro en los debates de la sociedad de Estados Unidos como: portar armas, derecho al aborto, la pena de muerte y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores