AMLO es una figura complejísima, que desafía incluso las categorías más elementales. A pesar de la simplicidad, ya sea espontánea o calculada, que suelen tener sus ideas, su discurso o sus decisiones, no es fácil situarlo en las coordenadas habituales del espectro político. Siempre hay un pero, un no obstante, que impide ubicarlo con claridad en determinada tradición o escuela, en la familia de una u otra corriente de pensamiento o acción. Es un político nato y, al mismo tiempo, netamente inclasificable. Apologistas y detractores insisten en tratar de etiquetarlo con términos que acaban definiéndolos mejor a ellos que a él, haciendo más patentes sus querencias o antipatías que haciéndole justicia -analíticamente hablando- a la peculiar ambigüedad del personaje y, en buena medida, de su gobierno. A continuación lo explico con dos ejemplos.
Carlos Bravo Regidor (Ciudad de México, 1977). Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México e Historia en la Universidad de Chicago. Es profesor-investigador asociado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde además dirige el Programa de Periodismo.