Si hace algunos años alguien hubiera pronosticado que llegaría el día en que el entrenador del América justificara un insípido empate porque enfrente estaría un Atlas bicampeón, hubiéramos tildado de loco a ese envalentonado aficionado con aires de adivino tan irresponsable y soñador al soltar semejante y disparatada utopía.