Cuánta razón tenía Friedrich Nietzsche al afirmar que la vida sin música sería un error. La música acompaña tantos y diferentes momentos en la vida. A veces es nuestro estado emocional el que nos mueve a elegir un determinado ritmo o melodía. Esta se sintoniza con nuestras alegrías y tristezas. Para quienes somos melómanos resulta indispensable para recrear el ambiente adecuado en casi cualquier ocasión o para la realización de ciertas tareas. Sin embargo, también es verdad que puede resultar intrusiva en ciertas circunstancias y más todavía si no podemos elegir el tipo y volumen y nos la imponen como música de fondo. Además, resulta paradójico cuando nos encontramos en espacios expuestos a otros estímulos auditivos, a los que acudimos con la intención primordial de convivir con familia o amigos, como el caso de las bodas y un creciente número de restaurantes.