Antes de que lo asesinaran, Abel Murrieta avisó a su cliente, Adrián LeBarón, que necesitaba decirle algo importante. Viajaría a Tijuana para encontrarse con él. Poco después, unos hombres dispararon a Murrieta a quemarropa, mientras él repartía volantes de su campaña a alcalde en Cajeme, Sonora. Para muchos políticos en la Ciudad de México, el asesinato fue una sorpresa, pero una mirada más atenta permite leer este hecho trágico como un evento mucho menos inesperado.
Peniley Ramírez es periodista de investigación y autora del libro Los millonarios de la guerra.