OPINIÓN

Mitad y mitad

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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Juan Silverio, pirata de los de antes, mostraba su parche en el ojo, un gancho en lugar de la mano derecha y una pata de palo. Estaba en una playa de moda con su esposa, y pasó frente a ellos una espléndida rubia cuyo brevísimo bikini dejaba a la vista las turgentes y ebúrneas maravillas de sus bubis y caderas, las cuales traía todas llenas de curitas, vale decir pequeños trozos de tela adhesiva para cubrir y aliviar rasguños y pequeñas heridas. La mujer del pirata clavó en él una mirada asesina. Y balbuceó, confuso, Juan Silverio: "¡Te juro que ni la conozco!"... Llegó un sujeto a un pub o taberna de Glasgow, en Escocia. Llevaba consigo un pulpo. Anunció: "Este animal toca todos los instrumentos". En efecto, ante la atónita clientela el octópodo interpretó magistralmente la versión para piano del primer movimiento de la Sinfonía Escocesa número 3 en La menor, opus 56, de Mendelssohn, dedicada a la reina Victoria. Luego tocó en el acordeón varias melodías del cancionero de Burns. Un escéptico parroquiano encaró al dueño del pulpo: "Te apuesto a que no sabe tocar la gaita". La gaita escocesa, en efecto, es uno de los instrumentos más difíciles de tocar, y más discordantes. Los ejércitos de Escocia ponen siempre delante de sus tropas un gaitero, a fin de que su música ponga en fuga al enemigo, que escapa sin combatir al escuchar las cacofónicas notas del instrumento, como sucedió en la invasión de Normandía. Alguien trajo una gaita y se la presentó al pulpo. Éste la palpó, desconcertado. El parroquiano le dijo al dueño del animalejo: "Te dije que no sabría tocarla". Replicó el sujeto: "Espera a que se dé cuenta que no se la puede follar, y luego lo oirás interpretar 'Amazing grace'"... Pocas lecturas tan deleitosas como las Memorias de don Federico Gamboa, el poco santo autor de "Santa". Las páginas de los seis tomos que forman esas evocaciones son interesantes por lo curiosas, y curiosas por lo interesantes. Don Federico hace el relato de sus días, pero no de sus noches, muchas de las cuales las ocupó en disfrutar "la dulce pasta", nombre que daba él a las turgencias femeninas. Cachondo era el señor, si me es permitido aplicar ese adjetivo plebeo a tan ínclito personaje de la intelectualidad, la política y la diplomacia porfirianas. Alguno de sus contemporáneos escribió que Gamboa dirigía a las mujeres "miradas trepadoras". Sucedió que una de sus novelas, "Suprema ley", fue duramente criticada en España por Leopoldo Alas, "Clarín", en tanto que en Argentina la alabó con entusiasmo Leopoldo Lugones. Comentó don Federico: "Después de todo no me fue tan mal: un Leopoldo a favor y otro en contra". Tampoco a mí me fue tan mal tras el artículo que publiqué en defensa de la fiesta de toros, una más de mis prédicas en el desierto, género en el cual me he especializado. Profusión de mensajes recibí con motivo de ese texto; la mitad con muestras de apoyo, la otra mitad con expresiones adversas. Una cosa debo decir: las respuestas de los enemigos de la tauromaquia fueron en su mayoría violentas, injuriosas. Al parecer muchos de quienes dicen sentir respeto por los animales no lo sienten por los humanos que expresan opiniones distintas a las suyas. En fin, cosas muy bellas que fueron parte de mi vida han desaparecido: la misa tridentina con sus latines y el canto gregoriano; los templos llenos de imágenes de santos y santitas; los sonetos; las canicas, el trompo y el balero. Es una pena que la frase del poeta de Jerez, aquella de "una íntima tristeza reaccionaria", esté ya tan manida. De no ser por eso la pondría aquí antes de dar paso a las tres letras de la palabra FIN...