OPINIÓN

'Mero arriba'

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

4 MIN 30 SEG

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"Me quiere... No me quiere... Me quiere... No me quiere...". Al lado de su madre, en el jardín, la cándida doncella Dulcibel quitaba uno a uno los pétalos de una margarita a fin de saber si la amaba o no el joven Melisandro. Arrancó el último pétalo y exclamó jubilosa: "¡Me quiere, mami! ¡La margarita dice que Melisandro me quiere!". Sugirió, escéptica, la señora: "Ahora pregúntale: 'Me quiere ¿qué?'"... "Esto viene de mero arriba". Así se decía en el argot político de los pasados tiempos cuando una orden, consigna o lineamiento venía directamente de la Presidencia de la República, que era el "mero arriba" de la vida nacional. Hoy por hoy nadie puede hablar a toro pasado de la campaña por la gubernatura de Guerrero. El abominable Toro, Félix Salgado Macedonio, sigue en el ruedo de la contienda electoral, y si las cosas siguen como van es muy probable que sea electo, pues Morena volcará todos sus recursos para sacarlo avante. Ya se ha dicho que la protección que recibe ese individuo, sobre quien pesan varias denuncias por acoso sexual y violación, es una grosera bofetada de la 4T a las organizaciones feministas y a la mujer mexicana en general. Pero esto viene de mero arriba... "Mi esposa se comporta fríamente en el acto del amor". Eso le dijo Impericio a su compadre Pitorrango, a cuyo consejo recurrió pues el tal compadre gozaba fama de poseer en el terreno erótico una gran expertise, si me es permitido emplear ese término sajón ahora muy en uso. Después de imponerse de los pormenores del asunto Pitorrango dictaminó: "Lo que sucede, compadre, es que la rutina se ha apoderado de la intimidad conyugal entre usted y su señora. Es necesario poner en ella -en la intimidad, quiero decir- un elemento exótico que haga a mi comadre ejercitar su fantasía. Eso dará una nueva dimensión al acto connubial". Preguntó Impericio: "¿Qué puedo hacer para lograr ese ambiente de exotismo?". Recomendó el compadre: "Decore usted su alcoba en tal manera que se asemeje al gineceo de un serrallo: tapices y cortinajes de seda moiré; cojines en el suelo; una otomana o diván oriental; incienso con aroma a sándalo; música lánguida de cítara; un narguile. Y lo más importante: contrate a un individuo atlético que, desnudo de la cintura arriba, y llevando babuchas y turbante, les eche aire con una hoja de palmera mientras hacen el amor. Así abanica el eunuco del harén al sultán cuando está con su favorita". Impericio siguió la recomendación punto por punto. No le cambió ni una coma. Llegada la ocasión la señora, en efecto, se mostró interesada al ver aquella sugestiva escenografía, y más cuando miró al musculoso tipo de las babuchas y el turbante. Comenzaron las acciones de los esposos en el diván u otomana, y el atleta se aplicó a abanicar a la pareja con la hoja de palmera. La señora, sin embargo, no mostró cambio alguno en su actuación: siguió con la misma frialdad e indiferencia de siempre. De pronto la esposa le hizo una sugerencia a Impericio: "¿Por qué no probamos a hacer un pequeño cambio de papeles? Que el joven atleta ocupe tu lugar en la otomana, y tú échanos aire con la hoja de palmera". Así se hizo. El hombre de las babuchas y el turbante se despojó de ellos y de todo lo demás y tomó el sitio del marido, en tanto que éste abanicaba con gran formalidad a la pareja. El cambio pareció dar resultado: a poco la señora empezó a jadear, acezar y rebufar, y luego a lanzar francos ululatos de placer. Bien se veía que estaba en el culmen de la pasión sensual. Al ver eso el marido se puso feliz y orgulloso. Comentó para sí: "El idiota no sabía abanicar"... FIN.