La reiteración nos adormece. Todos los días la misma tonada y el mismo eco. Nos volvemos insensibles a las palabras y las razones que repiten una y otra vez lo mismo. ¿Qué sentido tendrá escribir hoy, otra vez, sobre lo que estamos destruyendo? Nos hemos vuelto sordos de tanto oír el mismo zumbido todos los días. Y mucha responsabilidad tenemos los discrepantes. Nos lanzan un señuelo y vamos corriendo tras de él. Lo masticamos unos minutos y vamos de inmediato por el siguiente. Puede ser la mentira del día, la furia de la mañana o el desprecio de siempre. O todos juntos en el licuado que se nos ofrece de desayuno. Pero mal lo hacemos los críticos que no logramos escapar de ese anzuelo que nos arrojan todos los días y que todos los días mordemos. Contribuimos a la restauración del país con dueño cuando lo hacemos a él, el único asunto de conversación. Es posible por eso, que la matraca que empuñamos los críticos sea, finalmente, sonsonete para la insensibilidad.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.