CULTURA

'Me da miedo la falta de fe'

Silvia Isabel Gámez

Cd. de México (13 enero 2015) .-00:00 hrs

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Es el séptimo Ignacio Solares de la familia. Así se definía la primogenitura, hasta que el escritor rompió con la tradición y al primero de sus tres hijos lo llamó Diego.

Este jueves cumple 70 años y cuenta que, si regresara en el tiempo, volvería a escribir los mismos libros. De ninguno se arrepiente. Su primera novela, Anónimo (1979), anticipa en su inicio, dice, la historia de su vida: "Parece cosa de risa, pero aquella noche desperté siendo otro".

Escribir, leer, le permiten escapar de la realidad. Mudar de piel, convertirse en personaje, acceder a otros mundos. La literatura lo enajena: lo vuelve ajeno a sí mismo. Se transforma en otro.

"No concibo la vida sin leer", asegura el autor de títulos como El sitio, La invasión, Un sueño de Bernardo Reyes y Delirium tremens, su libro más vendido, del que Alfaguara prepara una edición conmemorativa.

Su niñez, en Ciudad Juárez, fue traumática por el alcoholismo de su padre. "Lo viví de cerca. A mí me ha llevado más de 30 años dejar de beber. De repente dije no, ya no quiero tentar al diablo y descubrí algo maravilloso: la abstinencia es embriagante".

Don Ignacio fue también la persona que le inoculó el virus de la lectura. Le regaló Los miserables de Víctor Hugo, le descubrió a Salgari y a Verne. "Me enseñó a vivir la emoción y la intensidad de la literatura". Su madre, doña Florella, apacible y bondadosa, le brindó serenidad, algo que con los años cada vez valora más.

Estudió la secundaria y la preparatoria con los jesuitas, ¿cómo lo marcaron?
Con hierro candente. De ahí viene mi fe. Me la inculcaron como una droga. Ya no tiene remedio.

A su lado, cuenta, conoció la Tarahumara y aprendió a mirar al prójimo. Entendió el significado de la pobreza y el abandono.

"Yo creo que el cristianismo, más que un rezo o una creencia abstracta, es un acercamiento al prójimo", afirma. "El gran reto de los católicos es convertirse al cristianismo".

Solares dejó Chihuahua para estudiar Letras en la UNAM. Trabajó como redactor, con Vicente Leñero, "el mejor amigo que he tenido", en la revista Claudia, y después lo siguió a Excélsior cuando lo invitó Julio Scherer.

Octavio Paz lo nombró secretario de redacción en Plural, un cargo donde permaneció dos años. Recuerda que si había una sola errata en la revista, el poeta la "pescaba".

"Paz me enseñó mucho, pero era una persona difícil. Duro, implacable en sus juicios. Yo estaba demasiado joven, tenía 29 años".

Scherer lo rescató para que dirigiera el suplemento Diorama de la cultura. Ahí estuvo cuatro años hasta que salió con el golpe a Excélsior. Leñero escribió en Los periodistas el mutuo aborrecimiento que se prodigaban Solares y Miguel Ángel Granados Chapa.

"Miguel Ángel era el director de la página editorial, pero no venía su crédito. Un día le reclamó a Scherer que yo sí apareciera como director en el Diorama. Entonces fui y le dije: 'Oye, cómo eres envidioso'. Fue una tontería, pero nos distanciamos, y luego (con los años) nos hicimos muy amigos".

¿Qué le preocupa del México actual?
Veo un problema de credibilidad. Si no crees en tus gobernantes, todo lo que te digan estará tamizado por la duda, el escepticismo, la indiferencia. Estamos en un momento en que se nos cayó la credibilidad y recuperarla va a ser muy difícil. ¿Cómo puedes hablar de luchar contra la corrupción si hay cosas que te delatan? Me da mucho miedo esta falta de fe. Necesitamos un capitán de barco.

¿Conserva alguna utopía?
Yo escribí un libro que se llama No hay tal lugar. Tiene que ver con lo que para mí es la gran utopía: un bel morir. Y eso implica haber vivido bien. Muere bien quien vive bien. La gran esperanza del futuro es dárselo todo al presente, por eso hay que vivir plenamente cada momento.

Haga una autocrítica, ¿qué le molesta de usted?
La verdad, la verdad... la flojera. Me molesta, pero no la he podido superar. Y la he ido alimentando como un pequeño vicio que a veces me gana. Yo practico desde hace 30 años la meditación trascendental que me enseñó Pepe Gordon. Casi siempre lo hago 20 minutos en la tarde, se trata de dejar la mente en blanco, que pasen eso que los budistas llaman "los pájaros del deseo", y a veces se me va el tiempo.

¿Cómo le gustaría trascender?
Creo poco en la trascendencia personal. No me interesa eso que decía Unamuno de "yo quiero seguir siendo yo en el otro mundo". Me preocupa eso que dice un filósofo alemán, Willigis Jäger (en su libro): La ola es el mar. Creo que somos olas que van a integrarse nuevamente al mar; a lo mejor en el camino te ayudan personas que has conocido, amigos, tener fe, pero tu meta es integrarte al mar... disolver el yo.