OPINIÓN

Maniobra ilegal

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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Este hombre llamado Capronio es majadero y ruin. Hace unos días acudió a la consulta del doctor Duerf, psiquiatra, y le narró un extraño suceso que la noche anterior le había acontecido. "Una mujer desnuda se me ofreció -le dijo-. Vino hacia mí con los brazos tendidos, lasciva y lujuriosa, y en vez de hacerle el amor salí corriendo de la habitación lleno de susto, con los cabellos erizados en la nuca y la frente bañada en sudor frío". El doctor Duerf apoyó el mentón en la mano derecha, actitud que le permitía elevar en un 30 por ciento el monto de sus honorarios, y luego le preguntó al paciente: "¿A qué cree usted que se haya debido esa extraña reacción?". "No lo sé, doctor -respondió el tal Capronio-. Posiblemente se debió a que la mujer era mi esposa". (Lo dicho: el infame individuo mencionado no tiene vergüenza)... En la juventud fui actor. Eso explica mi tendencia a lo melodramático. Llevo la herencia de los viejos actores de mi ciudad, Saltillo, grandilocuentes y declamatorios a la manera de don Fernando Díaz de Mendoza, quien siendo grande de España (era marqués de San Mamés, dicho sea sin intención segunda), se dedicó al teatro. Entre los histriones saltillenses brilló con luz muy propia Benito Goribar. Actuó a fines del antepasado siglo en el Teatro Acuña, construido todo de madera, incluso el mecanismo del exactísimo reloj que lucía en la fachada. El gran Goribar, magnílocuo y altitonante, al representar su papel en los culebrones de la época no decía sencillamente "santo": decía "sánoto". Tampoco pronunciaba "muerta", sino "muéreta". En cierta ocasión compartió créditos con una actriz a la que le faltaba un ojo. En la escena final ella caía exánime en sus brazos. Y clamó don Benito con desesperación: "Dios sánoto! ¡Está muéreta!". "¡No! -lo contradijo un incivil sujeto desde la gayola-. ¡Está tuéreta!". Todo lo anteriormente relatado me ayuda a disipar la inquietud que siento de sonar melodramático si digo que una espada de Damocles -Dámocles, según el Padre Errandonea, helenista- se cierne sobre México: la traición a la patria. En efecto, numerosos comentadores afirman que la ilegal maniobra mediante la cual los senadores dóciles a las consignas de López Obrador alargaron el periodo de Zaldívar al frente de la Suprema Corte no es sino un ensayo tendiente a ver si es factible prolongar el sexenio de AMLO como presidente de la República. Si tal es cierto eso sería una traición a México, por la flagrante violación a la ley máxima de la República, vulnerada ya por el Senado y por la aceptación de Zaldívar a esa indigna y tendenciosa propina que aceptó. De ser cierto que se prepara tal maniobra para alargar el sexenio de López todos los que en ella participen serán traidores a la patria, lo digo desde ahora, empezando por el presidente de la República y por el de la Suprema Corte, quien con su actitud sumisa favorece la maquinación que, según muchos, se prepara a fin de que AMLO se mantenga en el poder sin contrariar abiertamente el principio fundacional de la no reelección. Ojalá esta conjura no sea cierta. Ojalá le basten a López Obrador seis años para arruinar a México... Loretela, mujer en flor de edad, se vio en la precisión de dar su mano a don Francisco, añoso señor que por los 70 calendarios andaría, de modo que la desposada se resignó a seguir ajena a los deleites que naturalmente derivan del connubio. La noche de bodas los recién casados se acostaron y apagaron la luz. En la oscuridad del aposento ella le pidió a él: "Por favor, don Francisco, retire usted el codo. Con él me está oprimiendo la espalda". Aclaró el señor: "No es el codo". Exclamó entonces Loretela, jubilosa: "¡Paco!"... FIN.