Cuando el caos pandémico empezó y no teníamos más horizonte que el miedo, cuando todavía era raro ver los rostros de ojos para arriba y los despistados de siempre corrieron a comprar provisiones para un año -como si hubiera mundo posible que cancelara la inmediatez del consumo-, un montón de gente celebró que, por fin, evitaría el contacto físico tan molesto y, aleluya, los besos. Ese saludo ritual que obligaba a besar desconocidos ya podía considerarse cosa del pasado. A mí me dio tristeza, perdonen la impertinencia de este texto, pero no puedo preferir la civilización del cubrebocas a la de los besos.
Es escritora, autora de los libros Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) y El niño que fuimos bajo el sello de Alfaguara; Las noches habitadas (Editorial Planeta) y Damas de caza (Editorial Plaza y Valdés). Ha colaborado en El Cultural de La Razón, The Washington Post, SinEmbargoMx, El Malpensante, Confabulario de El Universal, Revista GQ, Revista SOHO y otros medios. Desarrolla guiones para cine, teleseries y audioseries.