OPINIÓN

¡Llamen al antropólogo!

Eduardo Caccia EN REFORMA

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Lo vi, no me lo contaron. Pistola en mano, cadena dorada al cuello, mocasines con emblema de marca italiana, caminó entre la gente arrastrando una bolsa de plástico negra (presumiblemente llevaría un cuerpo victimado), la barba era postiza y la mirada retadora, sus ojos penetrantes quemaban como el peor de los sicarios. Intento describir el horror, la desgracia en una estampa que habla de la descomposición social en México. Describo a un niño de unos 6 años, disfrazado de sicario, que fue grabado en un centro comercial (supuestamente) de Mazatlán.