ANDAR Y VER / Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA
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La reflexión sobre el cuerpo está en el origen del ensayo. Montaigne habla de los placeres que le regala el paladar, las manías de los dedos. Habla del dolor que le causaron las piedras en los riñones, de sus tropiezos en el caballo y también de su pene, de dimensiones, al parecer, más bien, modestas. Montaigne se presenta como un discípulo de su propio cuerpo. "Prefiero ser un experto en mí mismo que en Cicerón." Sé lo que me gusta y lo que me sienta bien. Reconozco cuando me excedo en alcoholes o en embutidos. Sabía que por algo no le caían bien las ensaladas y que debía rehuir todas las frutas, menos el melón. Ese hombre que había hecho proyecto del autoconocimiento despreciaba por eso mismo a los doctores. ¿Qué derecho tiene un médico a decirme a mí lo que es sano? En los doctores veía otra encarnación de los dogmáticos a los que aborrecía. Intuía tal vez, el despotismo sanitario que, con bata blanca, pretende regir nuestra alimentación, ordenar nuestras rutinas, prohibir nuestros placeres y ponernos en absurdo movimiento. Mi antipatía por los doctores, advertía Montaigne, es hereditaria.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.