COLABORADOR INVITADO / Angélica López Gándara EN REFORMA
Camino por la Alameda Central, cerca del Palacio de Bellas Artes. Me arden los ojos y la garganta; la visión borrosa se la debo al humo que está por todos lados. La Ciudad de México alcanzó los más altos índices de contaminación debido a incendios, agregándose a la polución permanente de los motores de combustión interna. Esta ciudad es enfisematosa e inmunosupresora; está hecha de conjuntivitis y de sorpresas. Gracias a ella se han manifestado cosas de mí que ignoraba. Aquí soy más veloz que los automóviles: busco en Google Maps cómo llegar a algún sitio y me dice que si camino tardaré 20 minutos y si voy en coche será una hora; cuando la tierra tiembla soy rapidísima para bajar escaleras y me di cuenta de que puedo soportar los olores más ácidos que parecen sazonados con comino, cuando subo al Metro en hora pico y con calor. Al descubrir la ciudad me descubro a mí misma.
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