En el dolorido cuerpo de México encontramos dos profundas cicatrices: una, la generada en la piedra de los sacrificios, en donde un sacerdote tenochca, a modo de ofrenda a los dioses, les rompía el pecho a los guerreros enemigos con un afilado cuchillo de obsidiana para extraerles el corazón, mientras la víctima, aterrorizada, exhalaba espantosos gritos de horror. La otra cicatriz, todavía sangrante, se originó en la pira de la Santa Inquisición, en donde quemaban vivos sobre todo a los herejes reacios a someterse a la conquista espiritual de México. Los sótanos de esa siniestra institución eran utilizados para torturar a los infieles y a los idólatras con tal de imponer su religión y su hegemonía en el nuevo mundo.
Abogado por la UNAM. Dedicado a investigar la verdad oculta de la historia de México, ha escrito 20 novelas históricas y 5 ensayos de diversa naturaleza. Ha impartido conferencias en México y en el extranjero. Es conductor de un programa de televisión y comentarista en distintos medios de radiodifusión. Ha publicado más de 4,000 artículos. Es columnista en el diario Reforma, en El País y en el Chicago Tribune, Hoy, entre otros más.