Hace un poco más de veinte años, Anne Applebaum armó un fiestón en la casa que compartía con su marido, Radoslaw Sikorski, un destacado diplomático polaco. Era una reunión para despedir al siglo XX y darle la bienvenida al XXI. En la cena de año nuevo había periodistas, intelectuales, políticos de Polonia, de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Había pasado una década del final del imperio soviético y la atmósfera de la reunión era jubilosa. Todos los invitados coincidían en el optimismo. El nuevo siglo estaba lleno de promesas. La receta parecía muy clara: había que abrir la discusión, organizar elecciones, permitir el florecimiento de la empresa, romper las fronteras comerciales. Todos coincidían en que el camino estaba despejado para la libertad y la prosperidad. A veinte años de distancia, dice ella, la mitad de quienes brindábamos felices no nos podemos ver ni en pintura. A una buena parte de ellos no quisiera ya darles la mano. Si me los topo en la calle, me cambiaría de banqueta para no verlos de cerca. Sé muy bien que, si ellos me ven antes, harían lo mismo. Tengo claro, insiste, que buena parte de los invitados de aquella noche sentirían vergüenza de reconocer que alguna vez pisaron mi casa. El populismo de derecha se interpuso en los afectos.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.