No hay nada más sencillo que manipular a un fanático. Es suficiente alimentar su prejuicio para obtener de él lo que se quiere. Basta usar sus palabras, montarse en sus cuentos, en sus prejuicios y en sus rencores. El más poderoso de los presidentes mexicanos de los últimos años ha sido, por eso, uno de los más maleables. Su corte (no me refiero a la Suprema Corte de Justicia, sino el entorno de zalamería que lo rodea) descifró pronto los resortes de su mando. No fue difícil. Un hombre que carece del mínimo impulso de curiosidad, un político que no contrasta el discurso con lo que acontece, un cerebro convencido de que el mundo cabe en cinco o seis frases convoca a que lo engañen.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.