Luis XIV era un gobernante humilde. Apocado, tímido y modesto, apenas se atrevió a compararse con el sol y decir, según algunas versiones, que era el Estado. El Estado soy yo. ¡Cuánta humildad la suya! El monarca empelucado era solamente la fuente de las leyes, el origen de las decisiones de gobierno, el último árbitro de los conflictos. Por fortuna, nuestro soberano no siente esos pudores. Él, que está dando a luz a la nueva patria, pertenece a otra categoría. El Estado es poca cosa para el conductor de la Transformación. El Presidente es el pueblo mismo, la nación y la patria.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.