OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes

Alucinación.

 

Pancho Villa y Luz Corral habían terminado por separarse. Bien pudo pasar ella por alto las continuas infidelidades de su esposo, pero no pudo tolerar que a una de sus amantes, una jovencita liviana y llena de coqueterías llamada Austreberta, la llevara a vivir con él a Canutillo.

Así, un día que una ahijada de Villa, Paula, iba a dejar la hacienda para volver al lado de su madre, Luz le pidió permiso a Pancho para irse con ella.

-Si quiere váyase -le respondió ceñudo el guerrillero-. Pero no a la casa de su madre. Irá a vivir con mi hermano y su mujer. Y no se lleve sus cosas. Alguna vez espero que regrese.

Así se hizo. Luz Corral se instaló en casa de Hipólito Villa. Una noche dormía en su recámara cuando despertó al sentir que se abría la puerta. Se enderezó en el lecho, y a la incierta luz del amanecer vio a una figura de pie en medio de la habitación. Era Pancho Villa.

Se acercó y sentándose al borde de la cama le tomó cariñosamente una mano. Ella se estremeció: la de su esposo estaba muy fría.

-Güera -le habló Villa-. ¿Estás enojada conmigo?

Ella iba a responder que sí. Realmente estaba muy enojada con su marido. Sentía que la había cambiado por otra. Pero se contuvo.

-No, -le respondió-. No estoy enojada. ¿Por qué?

-Porque te he hecho sufrir mucho -dijo Villa con acento de honda tristeza-. Pero me perdonas, ¿verdad?

Ya iba a contestarle Luz que sí cuando un rayo de sol, el primero del día, entró por la ventana. La figura se desvaneció. Hasta entonces se dio cuenta Luz Corral de que había estado soñando, o de que todo había sido una alucinación.

Ya no pudo dormir. Poco después se levantó, y luego de realizar su aseo fue al cuarto de costura y se sentó ante la máquina de coser. Estaba haciendo un vestido de seda color vino. No pudo trabajar: sentía una honda congoja, un vago presentimiento inexplicable. Al poco rato alguien la llamó golpeando ligeramente con los dedos los cristales de la ventana que daba a la calle. Era la señora Portillo de Rubia, vecina de los Villa y amiga de Luz. Llena de agitación le preguntó:

-¿Ya viste el periódico?

-No, -respondió ella con alarma-. ¿Qué sucede?

-Parece que asaltaron el automóvil del general Villa. Según esto él se encuentra herido de gravedad.

Luz recordó su sueño y dijo con la mirada puesta en el vacío:

-No, no está herido. Está muerto.

En efecto, a media mañana se recibió la confirmación. El general Villa había perecido a manos de sus enemigos. La premonición de Luz estaba cumplida.

"... Tal vez Pancho -escribiría después- al momento de desprenderse su espíritu de la materia sintió remordimientos, y su pena fue de tal manera grande que su sentimiento alcanzó a llegar a mí...".