OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Muerte en la calle (III).

Asesinados por la espalda cayeron Madero y Pino Suárez en la oscuridad de aquella apartada calle, la parte trasera de la Penitenciaría de la Ciudad de México. Un solo tiro privó de la vida al presidente; toda la carga de su revólver disparó el asesino sobre el cuerpo de don José María Pino Suárez.

Las muertes de Madero y Pino Suárez eran innecesarias. Los dos habían presentado sus renuncias como único medio para salvar su vida y garantizar la integridad de sus familiares. Ambos habían aceptado salir al destierro. De nada sirvió todo eso para impedir la muerte de los dos apóstoles. La consideraron útil quienes urdieron la tremenda conjura de la Ciudadela, aquel nefando pacto que en verdad debería llamarse "de la Embajada", pues en la de Estados Unidos fue firmada.

Tan pronto se extinguió el eco de los disparos que segaron la vida de los mártires un grupo de celadores de la Penitenciaría llegó apresuradamente al sitio de los asesinatos. Todo se había preparado con diligencia; se cumplió hasta el último detalle. Llevaban los guardias sendas cobijas para envolver los cadáveres. Envueltos en ellas fueron llevados los sangrantes cuerpos de Madero y Pino Suárez a un terreno adjunto a la enfermería del reclusorio, donde los presos cultivaban hortalizas. Al parecer había el propósito de enterrar ahí los cadáveres. A última hora se consideró que hacer tal cosa era una estupidez. ¿Qué explicación se iba a dar por la desaparición de los prisioneros?

Así pues, cerca de la medianoche el nuevo director de la Penitenciaría -había tomado posesión del cargo a las 8 de aquella noche terrible; estaba en la conjura- hizo venir al médico de la institución y le ordenó practicar la autopsia de los dos cadáveres. El doctor se negó: esa tarea, dijo, correspondía a un médico legista. El coronel Ballesteros, director del penal, llamó entonces por teléfono al Palacio Nacional. Después de un minuto de espera recibió la contestación: ya iban a la Penitenciaría dos médicos a fin de practicar las autopsias.

Éstas se hicieron en la madrugada. Procedieron los doctores a descubrir los cuerpos, envueltos en aquellas cobijas que a esa hora estaban ya empapadas en la sangre de las víctimas. Los cadáveres fueron despojados de las ropas que los cubrían, las cuales fueron depositadas en la enfermería del reclusorio. Ahí estuvieron durante mucho tiempo; después desaparecieron y nadie ya supo de ellas.

El cuerpo de Madero presentaba una sola perforación de bala; el de Pino Suárez estaba acribillado. A las 10 de la mañana del lunes 24 de febrero de 1913 los cadáveres fueron sacados de la enfermería y llevados en sendas camillas al primer patio de la Penitenciaría. Ahí fueron recogidos por dos carrozas que los llevaron a sus respectivos funerales.