OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Muerte en la calle (II).

 

Manuel Múzquiz Blanco, poeta, periodista y funcionario público, relató en su interesante libro "La casa del dolor, del silencio y de la justicia", el drama de los asesinatos de Madero y Pino Suárez.

Era Múzquiz Blanco secretario de la Penitenciaría de la Ciudad de México. Ahí tuvo ocasión de oír el relato de "un antigo y honorable empleado que aquí prestaba entonces y sigue prestando sus servicios...".

Según esa relación a las 10.30 de la noche del sábado 22 de febrero de 1913 dos automóviles llegaron a toda velocidad por las calles de Lecumberri y se detuvieron frente a la puerta principal de la Penitenciaría. De uno de los autos bajó el coronel Francisco Cárdenas, quien pidió hablar inmediatamente con el director de la prisión, el coronel Luis Ballesteros.

Es muy importante hacer notar que el coronel Ballesteros tenía apenas dos horas de haberse hecho cargo de la dirección del penal. A las 8 de la noche se había hecho el cambio. Eso, obviamente, da idea de la conjura que se había organizado para cometer sin problemas los asesinatos del presidente y el vice presidente.

Cuando Ballesteros llegó a donde estaba Cárdenas, éste le preguntó de buenas a primeras, sin ningún saludo previo:

-¿Dónde está la entrada de automóviles al fondo de la Penitenciaría?

Ballesteros no respondió. Simplemente hizo una inclinación de cabeza y se retiró. Y es que aquella pregunta no era tal pregunta, sino una señal convenida previamente, por la cual sabría Ballesteros que los prisioneros habían sido llevados ya a la Penitenciaría. Ni siquiera había una entrada de automóviles en la prisión.

Fue Ballesteros a dar una orden: todos los celadores que estaban en lo alto de los muros deberían bajar. No se quería que hubiera testigos de los asesinatos. Despejadas las murallas, sin guardias ya en ellas, Cárdenas ordenó a los choferes que dieran la vuelta por la izquierda y se dirigieran a la parte posterior del edificio. Al llegar a la mitad de la extensión del muro trasero Cárdenas dio otra orden y los automóviles se detuvieron.

-¿Por qué nos detenemos? -preguntó Madero al coronel.

-Hay una zanja -respondió Cárdenas con sequedad-. Tendremos que entrar a pie.

El asesino había dicho a sus prisioneros que los llevaba a la Penitenciaría para garantizarles mayor seguridad. Uno de los hombres de Cárdenas abrió la puerta del vehículo. Madero puso un pie en el estribo para bajar. Cárdenas estaba atrás de él. En el momento en que Madero empezaba a descender Cárdenas le disparó por la espalda. Bastó un solo tiro para que el apóstol se desplomara herido de muerte. Quedó tendido junto a la salpicadera delantera del automóvil.

En ese Pino Suárez bajaba ya del otro coche y alcanzó a ver la forma en que Madero caía asesinado. Lanzó un grito, el comienzo de una palabra que no pudo terminar porque el hombre que venía con él le disparó, por la espalda también. Cuando cayó Pino Suárez su asesino le siguió disparando hasta agotar la carga de su pistola.