OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Huevos con chorizo.

Se habla siempre de "la Revolución Mexicana". La verdad es que hubo varias revoluciones. Ninguna relación tuvo la que hizo Madero con el movimiento que inició Carranza. A partir de él la llamada "Revolución" será una lucha por el poder entre caudillos: Carranza, Villa, Zapata, Obregón y todos los demás que participaron en un juego macabro de poder.

La fecha: mes de abril de 1913. La ciudad: Piedras Negras, en la frontera norte de Coahuila. Amanece; el sol apenas empieza a hacer brillar sus primeros rayos. Un hombre adusto, Secundino Reyes, entra en una sala del cuartel de la ciudad y va despertando, uno a uno, a los hombres que ahí duermen. Luego les trae sendas tazas de café negro, bien cargado, bien caliente, que los hombres beben con fruición todavía recostados en sus catres.

Se levantan después, hacen sus abluciones mañaneras y salen al patio. Ahí los espera ya un señor de elevada estatura y barba entrecana. Con él van a la cuadra donde están los caballos. Cada uno ensilla el suyo, montan todos y van a hacer un recorrido por los alrededores de la ciudad aún dormida.

Cuando regresan de aquel paseo matutino ya luce claro el sol. Desmontan y van a la cocina. Se les sirve el substancioso almuerzo de los hombres del norte: huevos con chorizo, chile con queso, cabrito asado o en fritada, todo con el obligado acompañamiento del café negro y las sabrosas tortillas de harina. De maíz no se comen por allá.

Terminado el almuerzo salen otra vez los hombres, presididos siempre por aquel señor de aire severo y pocas palabras. Unos van a la calle a entretenerse en cualquier cosa. El señor se dirige a una oficina que tiene en el edificio de la aduana. Ahí escribe cartas, dicta telegramas, emite proclamas, firma nombramientos, recibe a los escasos visitantes que van a tratar algo con él.

Llega la hora del mediodía. Juntos otra vez el señor y sus acompañantes encaminan sus pasos hacia la fonda que en el centro de la ciudad tiene doña María, una señora española, viuda ella y madre de cinco hijas pequeñas. El señor charla con la dueña del establecimiento; se sienta en el regazo a una u otra de sus niñas; las acaricia, les hace pequeños regalos. Come luego el señor con sus cinco compañeros. Al final pide la cuenta. Saca la cartera, extrae de él un billete que trae ahí muy bien dobladito, recibe el cambio -"la feria", se dice en el norte- y luego apunta el gasto en una libretita que saca de la bolsa de su camisa. Ahí lleva todas sus cuentas; anota en esa libreta hasta el último centavo que sale de sus bolsillos.

Vuelve el grave señor a su oficina de la aduana y sigue despachando asuntos. A las 6 en punto de la tarde suspende su trabajo. Regresa al cuartel y ahí consume una merienda ligerísima: café con leche y un poco de pan "de azúcar". Cumple la sabia máxima que aconseja almorzar como rey, comer como príncipe y cenar como mendigo.

Hombre de mucho orden es aquel señor. Su vida es toda método. Se llama don Venustiano Carranza aquel señor.