OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Cosas del General Mass.

 

Recordar los tiempos revolucionarios es evocar un periíodo apasionante de nuestra historia.

-¡Atraviese usted la calle, si es tan hombre!

Las balas silbaban a todo lo largo y lo ancho de la calle, cubierta de cadáveres. Desde La Ciudadela los sublevados contra el gobierno legítimo del señor Madero barrían con sus ametralladoras a los soldados del Ejército, que avanzaban hacia la muerte segura. En una esquina el general traidor Manuel Mondragón no se decidía a travesar. Esa era acción sucida. Pero del otro lado de la calle lo esperaba Félix Díaz, y junto a él otro militar le gritaba aquel reto desafiante:

-¡Atraviese usted la calle, si es tan hombre!

La indecisión de Mondragón cobró la forma de la cobardía. Se le esperaba al otro lado para recibir órdenes muy importantes. No tuvo valor para atravesar, y entonces gritó a su vez, a aquél que lo retaba:

-Pues si es tan hombre, atraviese usted.

No había acabado aún de hablar, cuando el hombre del otro lado comenzó a atravesar. Y lo hizo impávido, como si en vez de estar cruzando un campo de batalla fuera con despreocupación en un paseo dominical. Sin daño llegó hasta el otro lado, en donde Mondragón lo esperaba lívido, casi fundiéndose con la pared para escapar de las balas. Ahí le entregó las órdenes escritas que llevaba, firmadas por Victoriano Huerta, en que éste, nombrado apenas unas horas antes Comandante Militar de la Ciudad de México por el señor Madero, establecía trato con los conjurados de La Ciudadela y les daba carta blanca para que tomaran la ciudad.

Aquel hombre sin miedo, aquel mensajero de Victoriano Huerta, era sobrino del Usurpador. Se llamaba Joaquín A. Mass. Lo conocieron bien los saltillenes de los primeros años de siglo. Fue comandante del Ejército Federal que combatió a Carranza en el norte, y vivió por algún tiempo en la ciudad. Mass vituperaba al general Francisco Coss diciendo que era un ladrón. El general Coss tomó el teléfono para reclamarle:

-Oiga, le habla Francisco Coss, que usted anda diciendo que es ladrón.

-Pues yo soy Mass, -contestó el general de la Federación, diciendo su apellido.

-Eso yo ya lo sé -dijo Francisco Coss en tono socarrón-, no necesito que me lo diga.

Triste memoria dejó en Saltillo Joaquín A. Mass. Irritado por su derrota ante las fuerzas de Carranza, y debiendo huir apresuradamente, lo último que hizo antes de abandonar la plaza fue incendiar el hermoso Casino de Saltillo. No perdonó a la ciudad su fidelísimo apego a don Venustiano, y cobró su venganza con ese acto de barbarie, indigno de un militar y de cualquier hombre de honor.