OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes

Danza de lobos.

 

La muerte de Madero marcó el estallido de las ambiciones de quienes querían el poder por el poder mismo. El Apóstol de la Democracia trajo consigo un hálito de ideal, de idealismo, a la vida mexicana. Será hasta 1929, con la campaña de Vasconcelos, cuando otro aliento semejante volverá a soplar en la vida políticade México.

Dice don José Vasconcelos en su "Breve Historia de México" que fue el descontento popular lo que echó abajo el régimen usurpador de Victoriano Huerta. Yo no lo creo así. Casi tan lamentable como la muerte de Madero fue la pasividad con que la gente recibió el gran crimen.

La Iglesia Católica dio su aquiescencia al espantoso crimen, y no lo condenó. Antes bien el Papa bendijo al asesino Huerta. Bien pronto la Iglesia habría de ser víctima de su torpeza, de su tremendo error.

Los diputados, supuestos representantes del pueblo, se acobardaron frente a la fuerza aparente de los militares. Cuando Madero, en un intento desesperado por salvar su vida y la de los suyos, firmó su renuncia como presidente -equivocación que precisamente le costó la vida-, sólo cuatro diputados votaron por no aceptar esa renuncia, que debió haber sido considerado nula ab initio a causa del grave vicio de la voluntad que la afectaba, la violencia, pues preso firmó Madero esa renuncia, y no debió darse por tanto ningún valor al documento en que la presentó. En ese contexto de sumisión del Poder Legislativo se engrandecen figuras como las de don Serapio Rendón y Belisario Domínguez: ellos sí protestaron; ellos sí levantaron la voz para denunciar los crímenes y condenar a los culpables.

La prensa en general recibió con beneplácito la noticia de las muertes de Madero y Pino Suárez. Los periódicos se habían ensañado con ellos; les dieron trato de orats que no sabían lo que estaban haciendo. Se habían acostumbrado los periodistas a la bota porfiriana, y a recibir a cambio de su docilidad las migajas que caían de la mesa del caudillo. Cuando Madero les dio la libertad no supieron hacer con ella mejor cosa que ejercitarla contra aquél que los había liberado.

No hubo pues, como dice Vasconcelos, indignación popular por la muerte de los infortunados soñadores. En Coahuila, sí, se levantó Carranza contra Huerta, pero hay muchas bases, muchas, para pensar que también se estaba preparando ya para levantarse contra Madero. Si eso fue así Carranza tiene con Huerta una enorme deuda de gratitud: lo salvó de la traición.

¿Y el pueblo? Muy por abajo estuvo de Madero. Habría que admitir, desolados, el pensamiento de que el Apóstol fue demasiado héroe para aquella nación acostumbrada al servilismo después de tres décadas de porfirismo.